jueves, 17 de mayo de 2012

Introducción


Noche, oscuridad.

   La noche es lo escondido, lo oscuro, lo desconocido. La noche infunde miedo, misterio y a la vez es atrayente. Es la vía de escape a la rutina del día. En la noche se manifiesta “la otra cara” de todo y de todos. En ella tienen cabida las más altas y también las más bajas pasiones. Es el escenario de delincuentes y enemigos de la ley. Pero también es donde ocurren cosas maravillosas. La noche es la aliada del anonimato. Muchas veces, lo que ocurre en la noche no llega a conocerse cuando aparece el día.

   La mayoría de nosotros utiliza la noche para desconectar del día. Salimos con nuestros amigos o parejas a tomar algo, a bailar, a emborracharnos, a cenar, al cine o simplemente a pasear, con el incentivo de que todo puede ocurrir cuando nos sumergimos en la oscuridad nocturna. 



Ausencia de luz, otra percepción

   Dentro de las características que configuran la noche, una de las más obvias es la ausencia de luz, o lo que es parecido, el predominio de la oscuridad. Esto, que para la gran mayoría de personas es algo más que evidente, resulta que profundizando un poco más, no deja de ser una cuestión de percepción.
 La mayoría de datos, de información exterior la realizamos a través del órgano de la visión (85%). Éste nos condiciona totalmente y nos ha llevado hacia un mundo estructurado y concebido fundamentalmente desde la base del estímulo visual.
Paulo Coelho escribió:
“¿Qué es la realidad? Es lo que la mayoría consideró que debía ser. No necesariamente lo mejor, ni lo más lógico, sino lo que se adaptó al deseo colectivo.”
Veronika decide morir. Editorial Planeta, 2002.

   Es decir, el mundo exterior nos produce unos estímulos. De ellos, unos se repiten en la mayoría de individuos. Estos estímulos que la colectividad percibe, a convenio, se le llamó realidad. Hablamos, pues de realidad ordinaria. Por el contrario, el resto de los estímulos no comunes lo llamamos realidad  no ordinaria, la que no puede ser compartida ni entendida por la mayoría de la sociedad. Esas diferencias que no han podido ser absorbidas por la masa en conjunto, son agrupadas formando pequeñas minorías. Dado que, como ya hemos dicho, la realidad es una cuestión de percepción. De esta forma, la noche (la ausencia de luz) es algo relativo para según qué minorías. Por ello, hemos decidido centrar nuestro trabajo en una de esas minorías que, por razones de peso, no pueden percibir ni la noche ni el espacio que nos rodea como lo hacemos cualquiera de nosotros. Nos referimos a las personas invidentes.

   En un principio pensamos en la noche eterna como metáfora de las personas que no ven. Creíamos que vivían en una oscuridad permanente. Ingenuamente supusimos que el ser invidente era sinónimo de llevar una venda en los ojos. Todo ello pensado desde la perspectiva sensible a la realidad visual.

   A raíz de una cantidad de experiencias compartidas con personas privadas de la visión y con diminuta percepción visual, fuimos desanclándonos de esa postura: no ver es equivalente a deambular por la oscuridad perpetua.
Por la noche eterna.

   Nuestro sistema visual funciona por un complejo conjunto de elementos fisiológicos que se realicionan entre sí. El transtorno o daño de algunos de ellos conlleva a problemas de visión.
Sintetizando: "El ojo es la puerta de entrada por la que ingresan los estímulos luminosos que se transforman en impulsos eléctricos gracias a unas células especializadas en la retina que son los conos y bastones.
El nervio óptico transmite los impulsos eléctricos generados en la retina al cerebro, donde son procesados la corteza visual."
   Es decir, que toda la información del exterior no es más que una interpretación que tiene lugar en la zona trasera del cerebro. Toda esa proyección del mundo, ¡no son más que impulsos eléctricos! Electricidad que salta de un neurotransmisor a otro hasta llegar a esa sección posterior de la cabeza. Como había dicho: lo que vemos es una interpretación
En definitiva: el hecho de que la mayoría de la sociedad se beneficie de la visión no implica un superior conocimiento de la realidad. Por ello nos centramos en los invidentes, quienes no sufren un menor conocimiento de ésta. Simplemente lo interpretan de forma distinta.